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Al-Andalus fue una civilización que irradió una personalidad propia tanto para Occidente como para Oriente. Situada en tierra de encuentros, de cruces culturales y fecundos mestizajes, al-Andalus fue olvidada, después de su esplendor, tanto por Europa como por el universo musulmán, como una bella leyenda que no hubiera pertenecido a ninguno de los dos 323f58d mundos. Estas son las etapas cruciales de sus ocho siglos de existencia.
Al-Andalus, tierra de los vándalos, en árabe. Así se conoce la zona de ocupación musulmana en la Península Ibérica, que abarcó desde el siglo VIII hasta finales del XV y llegó a comprender gran parte del territorio español. La extensión del Estado musulman llamado al-Andalus varió, pues, a medida que se modificaban las fronteras y, tanto hispano-musulmanes como castellano-aragoneses avanzaban conquistando territorio.
La pujante
civilización musulmana de Oriente pronto se desbordará hacia Occidente: el Magreb, España, y hasta parte de Italia y
Francia. Durante el siglo VIII, y a través del norte de África,
penetraron en la península una serie de grupos y familias nobles árabes venidas
del este, y de grupos bereberes procedentes del Magreb, que paulatinamente se
asentaron en tierras de al-Andalus. Ello no significó una ruptura total con la
cultura entonces imperante, la hispanogoda. Antes bien, ambas se entroncaron
dando un resultado muy peculiar y autóctono, deslumbrante, que diferenció
notablemente el Islam occidental del oriental.
La fusión entre árabo-bereberes e hispanogodos se produjo en un principio sin
grandes traumatismos y con la naturalidad que sólo el tiempo y la cotidianeidad
a veces procuran.
Durante la segunda mitad del siglo VIII se produjo una seria escisión en el
imperio musulmán. Una ruptura
dinástica que terminó con los omeya que gobernaban en Damasco, para entronar a
los abasíes, que se asentaron en Bagdad. Un príncipe omeya huido de Damasco,
Abderrahman I, penetraría en al-Andalus formando un nuevo Estado con base en
Córdoba: el emirato, independizándose de la política bagdadí.
Ocho emires se sucedieron del 756 al 929 en una época brillante culturalmente
-aunque oscurecida con diversos levantamientos muladíes y mozárabes- hasta que
Abderrahman III decidió fundar un califato, declarándose Emir al-Muminin
(príncipe de los creyentes), lo cual le otorgaba, además del poder terrenal, el
poder espiritual sobre la umma (comunidad de creyentes).
Este califa, y su sucesor al-Hakam II, supo favorecer la integración étnico-cultural entre bereberes, árabes, hispanos y judíos. Ambos apaciguaron a la población, pactaron con los cristianos, construyeron y ampliaron numerosos edificios -algunos tan notables como la Mezquita de Córdoba- y se rodearon de la inteligencia de su época. Mantuvieron contactos comerciales con Bagdad, Francia, Túnez, Marruecos, Bizancio, Italia, y hasta Alemania.
Sin embargo,
no todos los sucesores de estos brillantes califas siguieron tan acertada
política, sino que dejaron desbocarse al caballo del poder. Tras veintidós años
de fitna (ruptura, o guerra civil) se
abolió por fin el califato. Corría el año 1031.
Los hábitos secesionistas y rebeldes surgieron de nuevo con gran fuerza; la
división y la descomposición se impusieron en al-Andalus. Todas las grandes
familias árabes, bereberes y muladíes, quisieron hacerse con las riendas del
país o, al menos, de su ciudad, surgiendo por todas partes reyes de taifas,
muluk al-Tawaif, que se erigieron en dueños y señores de las principales
plazas. Este desmembramiento
supuso el comienzo del fin para al-Andalus, y ante semejante
debilidad, los cristianos se crecieron, organizándose como nunca antes lo
hicieran para combatir a los musulmanes.
La primera gran victoria sobre el Islam peninsular la protagonizó Alfonso VI
cuando, en 1085, se hizo con la ciudad de Toledo.
La unidad étnico-religiosa lograda hasta el momento también se resintió,
surgiendo mercenarios, tanto musulmanes como cristianos, dispuestos a luchar
contra sus propios correligionarios.
Sin embargo, en esta época surgieron relevantes figuras
en el campo del saber, y, en una constante emulación de los
lujos orientales, se construyeron suntuosos palacios, almunias y mezquitas, y
se celebraron las fiestas más comentadas, fastuosas y extravagantes de la
cuenca mediterránea.
Mientras, a finales del siglo XI, en el
Magreb occidental, hoy Marruecos, surgió un nuevo movimiento político y
religioso en el seno de una tribu bereber del sur, los Lamtuna, que fundaron la dinastía
almorávide (ver Ruta
de los Almorávides). En poco tiempo, su actitud de
austeridad y pureza religiosa convenció a gran parte de la desencantada
población, y con su apoyo emprendieron una serie de contiendas logrando formar un imperio que abarcaría
parte del norte de África y al-Andalus, que a través del rey
sevillano al-Mutamid, había pedido su ayuda para frenar el avance cristiano.
Encabezados por Ibn Tashfin, penetraron los almorávides en la Península, infligiendo
una seria derrota a las tropas de Alfonso VI en Sagrajas. Pronto conseguirían
acabar con los reyes de taifas y gobernar al-Andalus, no sin cierta oposición
de la población, que se rebelaba contra su talante puritano y su rigidez. Algo
que no le iba nada al hedonista y liberal pueblo andalusí. A pesar de todo, la nueva situación supuso un nuevo
incremento del bienestar social y económico.
Los
cristianos obtuvieron mientras tanto importantes avances, conquistando Alfonso
I de Aragón Zaragoza en 1118. Al mismo tiempo, los almorávides veían amenazada
su propia supremacía por un nuevo movimiento religioso surgido en el Magreb: el almohade.
Esta nueva dinastía se generó en el seno de una tribu bereber procedente del
corazón del Atlas que, encabezada
por el guerrero Ibn Tumart, pronto se organizó para derrocar a
sus predecesores. También desde Marraquech, gobernaron y se hicieron con las
riendas de al-Andalus, dotándolo de cierta estabilidad y prosperidad económica
y cultural. Fueron grandes constructores y también se rodearon de los mejores
literatos y científicos de la época. Sin embargo, al igual que los almorávides,
terminaron por sucumbir ante la dejadez espiritual y el relajamiento de
costumbres que casi siempre caracterizó a al-Andalus.
Cuando el avance castellano era imparable, haciéndose Fernando III con gran parte de las ciudades andalusíes en el siglo XIII, surgió en Jaén una nueva dinastía, la nasri (nazarí), fundada por al-Ahmar ibn Nasr, el célebre Abenamar del romancero, que habría de procurar un nuevo respiro a los musulmanes. Asentado en la ciudad de Granada, su reino abarcaba la región granadina, almeriense y malagueña, y parte de la jiennense y la murciana. Oprimido desde el norte por los reinos cristianos, y desde el sur por los sultanes meriníes de Marruecos, los nazaríes establecieron un reino basado en lo precario y la inestabilidad. A pesar de todo, Granada fue una gran metrópoli de su tiempo que acogía a musulmanes de todos los confines, y en la que se levantaron suntuosos palacios -la Alhambra, nada menos-, mezquitas y baños públicos. Siguió asombrando a propios y a extraños hasta que en 1492 y, tras varios años de intrigas palaciegas y escaramuzas con los castellano-aragoneses que acechaban sus fronteras, el rey Boabdil, Abu Abd Allah, capituló ante los Reyes Católicos, entregándoles Granada.
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Huida o emigración (Hégira) de Mahoma a Medina. Comienzo del calendario musulmán. |
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Tarik, lugarteniente del gobernador del norte de África Musa ben Nusayr, sale de Tánger a la cabeza de un ejército de 9.000 hombres y desembarca en Gibraltar (Yebel Tarik). La ocupación de la península se realiza en cinco años. |
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Se reconstruyen las murallas y el puente romano de Córdoba, y se funda el primer cementerio musulmán. |
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Posible fecha de la batalla de Covadonga, que marca el comienzo de la resistencia astur. |
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Abderrahman I, último omeya de Damasco superviviente de la persecución a la que fue sometida su familia, llega a la Península y ocupa Córdoba. Establece una dinastía que gobernará al-Andalus hasta el 1031. |
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Comienza la construcción de la Mezquita de Córdoba. |
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El sucesor de al-Hakam I, Abderrahman II, trae un período de prosperidad a al-Andalus. Se amplía la Mezquita de Córdoba y se crean otras en Jaén y Sevilla. |
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Fundación de Murcia. |
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Incursión de los normandos en Lisboa, Sevilla, Cádiz y Sidonia. |
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Se levantan en Córdoba los mozárabes. |
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Alzamiento del muladí Umar ben Hafsun contra el emirato omeya. |
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Abderrahman III se proclama Príncipe de los Creyentes y se independiza de Bagdad. Comienza el califato de Córdoba. |
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Comienza la construcción de la ciudad de Madinat al-Zahra. |
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Fundación de Almería. |
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El sucesor de Abderrahman III es al-Hakam II, rey erudito que crea una biblioteca de más de cuatrocientos mil volúmenes. |
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Campaña contra Santiago de Compostela a cargo de al-Mansur. |
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Con la caída de la dinastía omeya, comienzan a surgir reinos independientes de taifas en todo al-Andalus. |
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Comienzan las obras del Alcázar de Sevilla. |
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Fundación de Marrakech. |
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Construcción de la Alcazaba de Málaga. |
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Destierro del Cid. |
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Alfonso VI toma Toledo. El rey de Sevilla al-Mutamid pide ayuda a los almorávides, y junto a ellos derrota un año más tarde a los cristianos en Sagrajas. |
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Sevilla, capital de al-Andalus. |
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Comienza a construirse la Giralda de Sevilla. |
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Las tropas almohades de Yaqub vencen al ejército cristiano de Alfonso VIII de Castilla en Alarcos. |
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Muere el cordobés Averroes, traductor de Aristóteles. |
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Los ejércitos aliados de Castilla, Aragón y Navarra vencen a los almohades en la batalla de las Navas de Tolosa. |
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Al-Ahmar ibn Nasr, fundador de la dinastía nazarí, es nombrado gobernador de Arjona, su ciudad natal, y poco después extenderá su poder sobre Jaén y Guadix. |
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Córdoba se rinde ante Fernando III de Castilla. Algunos años más tarde caerán Jaén y Arjona (1246), Sevilla (1248) y otras ciudades de al-Andalus. |
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Comienza la construcción de la Alhambra bajo la dirección de al-Ahmar. |
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Comienzan las obras del Generalife. |
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Se inicia la guerra de Granada. Boabdil arrebata el trono a su padre. |
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Tras una lucha encarnizada, Málaga se somete a las fuerzas cristianas. |
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Baeza y Almería se rinden pacíficamente a los Reyes Católicos. |
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Boabdil, último rey nazarí, capitula ante los Reyes Católicos y negocia la entrega de Granada el 25 de Noviembre. |
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El 2 de enero los Reyes Católicos entran en |
El arte musulmán se refiere a
la unidad creativa de un arte
y una arquitectura propios de una civilización de enorme extensión geográfica,
que no se limita sólo a una etnia específica, sino que abarca
áreas tan diversas como gran parte del África
negra, el Magreb,
Indonesia, el Golfo Pérsico y algunas zonas del Cáucaso, Europa, China o India. Bajo
este signo de auténtica identidad supranacional, existen muchas diversidades
culturales que toman formas locales o regionales.
En los primeros tiempos del Islam surge pronto un arte rico y variado basado
en la tradición clásica, en el arte bizantino, en el persa y en el de los
pueblos orientales sometidos. Sin embargo, la originalidad de las estructuras
arquitectónicas y los motivos ornamentales dan como fruto un arte propio,
típicamente musulmán. En todas las creaciones artísticas islámicas se advierte
un indiscutible parentesco y vocabulario común.
La ornamentación es, sin duda, uno de los aspectos que más han contribuido
a la unificación del arte musulman. Los mismos temas decorativos aparecen, tanto en la arquitectura como en
las artes suntuarias, con independencia del material, la escala o la técnica
empleada. La gran profusión de superficies decoradas hace que las estructuras
queden parcialmente camufladas.
Mediante la repetición de
motivos, a menudo geométricos, y la sabia combinación de materiales y texturas,
se logra un efecto tridimensional que dota a los edificios de cierto misterio y
ligereza. La luz y el agua son elementos indispensables para lograr ese efecto
casi irreal. Tanto en los edificios como en los objetos decorativos, la
caligrafía, los motivos de estrellas entrelazadas, y los motivos vegetales
estilizados, también llamados atauriques, abigarran el espacio en una armoniosa
interrelación.
Los motivos figurativos aparecen a menudo en los objetos domésticos,
contrariando la creencia popular de que la tradición musulmana los prohibe.
Aunque en realidad, si no los prohibe, ciertamente los desaconseja, ya que la
divinidad perdería su carácter trascendental e inmaterial al intentar ser
representada; por ello, nunca existen figuraciones en los edificios religiosos.
Otro de los elementos decorativos arquitectónicos más característico son los
mocárabes, que separan determinados espacios y están conformados de alvéolos
semi-esféricos o prismáticos que se repiten y superponen, como en un auténtico
enjambre.
Entre las artes decorativas
hispano-musulmanas, merecen
ser destacadas las arquetas y botes de marfil preciosamente tallados, los
almireces, pebeteros y grifos en bronce, los objetos de madera tallada, los
ataifores, lebrillos, jarras y jofainas de cerámica vidriada, las pilas de
abluciones y cipos lapidarias de mármol, la orfebrería en oro, los tejidos en
seda bordada, y los libros encuadernados e iluminados.
En cuanto a la arquitectura, son numerosos
los edificios hispano-musulmanes que aún se pueden admirar en España. Entre los
de carácter religioso constan las mezquitas. El origen de las mismas fue, al
parecer, la casa del propio profeta Mohammed, que presentaba un sector techado
y otro a cielo descubierto. Tan sencillo esquema fue gradualmente
evolucionando, hasta convertirse en un organismo perfectamente funcional y
adecuado para la celebración de la oración de la comunidad.
Casi todas
las mezquitas -decimos casi porque en al-Andalus se orientaban a veces de
manera ligeramente distinta- presentan una orientación hacia la qibla, en la Meca, en cuyo
muro existe un mihrab desde el que el imam dirige la oración. También están
dotadas de un alminar desde el que el almuédano convoca a la oración cinco
veces al día. Otro elemento característico es el patio, o shan, en el cual se
encuentra la fuente de abluciones. El sector cubierto de la mezquita, llamado
haram, suele configurarse como una gran sala hipóstila, con naves
perpendiculares a la qibla. Las naves extremas
se prolongan en ocasiones rodeando el patio. Entre las mayores
mezquitas que existieron en al-Andalus sobresale la de Córdoba, y entre las más
humildes, la de Almonaster la Real.
Otro de los edificios más característicos
También de carácter religioso, se
levantaban en al-Andalus numerosos mausoleos en los que se enterraban a los reyes y los santones. Estaban cubiertos de
cúpulas y solían tener planta cuadrada.
En el terreno de la arquitectura
militar, cabe mencionar la fortificación de las ciudades
mediante murallas que presentan torres defensivas a
tramos regulares. Suelen estar precedidas por una barbacana, y
cuentan con un parapeto almenado. Las puertas de
acceso se estructuran a veces en recodo. De gran interés son las murallas de Niebla y las de Sevilla.
Las alcazabas son también construcciones
típicamente defensivas que, en ciertas ocasiones, albergan en su recinto
auténticas ciudades residenciales, como es el caso de la de Málaga y la de
Almería. Dentro de la arquitectura residencial destacan también los palacios y
alcázares, algunos tan suntuosos como el de la Alhambra y el de Madinat
al-Zahra, auténtica ciudad-palacio.
Otra de las
características de la arquitectura hispano-musulmana es la gran profusión de baños o hammam, esenciales
para la higiene. Derivados de las termas clásicas, están integrados por varias
estancias en las que la temperatura varía de forma progresiva. Para ello se
distribuye de forma subterránea el aire, que se calienta mediante grandes
calderas. Ronda y Jaén disponen de magníficos ejemplos.
Y, por fin, no habría que dejar de mencionar las alcaicerías, o qisarias,
recintos herméticos en el interior del zoco en el que se venden las mercancías
más preciadas. Es interesante, en este sentido, la Alcaicería que se conserva,
rehecha, en Granada. Las alhóndigas, o funduq, se destinaban, en cambio, a
almacenar productos y para alojamiento de mercaderes, de ahí la palabra fonda.
Aún se conserva un notable ejemplo en Granada: el llamado Corral del Carbón.
Cabe pensar
que, en un principio, los árabes eran minoritarios en al-Andalus, siendo los
hispanos y los bereberes mayoría. La lengua hablada, por lo tanto, no era el
árabe. Sin embargo, a lo largo del siglo IX se produjo una fuerte arabización,
asociada, ineludiblemente, a la importancia que tuvo la lengua en la que fue
revelado el libro sagrado de la nueva religión, el Corán.
La lengua árabe fue en
al-Andalus sinónimo de refinamiento y erudición, a pesar de que
casi toda la población también hablaba en romance. No sólo estudiaban árabe los
musulmanes, también los propios mozárabes, cristianos que permanecieron bajo
dominio musulmán, acabaron expresándose y escribiendo en este idioma. Lo mismo
que los judíos, comunidades ambas muy participativas en la vida pública de
al-Andalus. En este sentido, existe un elocuente pasaje de Álvaro de Córdoba
quejándose del auge del árabe en el siglo IX: "Muchos de mis
correligionarios leen poesías y cuentos árabes, y estudian las obras de los
filósofos y teólogos mahometanos, no para rebatirlas sino para aprender a
expresarse en el lenguaje árabe más correcta y elegantemente". Algunos de los más relevantes lingüistas de
al-Andalus fueron al-Qali, Ibn al-Qutiyah, y al-Zubaydi, todos del siglo X.
La educación y el saber tuvieron desde el principio enorme importancia en
el mundo musulman, como así lo
demuestran las propias tradiciones que fueron seguidas hasta sus últimas
consecuencias.
Frases como "Busca el saber
desde la cuna hasta la tumba" o "No hay nada más importante a los ojos de Dios que un
hombre que aprendió una ciencia y la enseñó a las gentes" son
algunas de las máximas más influyentes en la época. Los propios emires y
califas, como Abderrahman II, Abderrahman III y al-Hakam II, fueron grandes
eruditos que se rodearon de sabios y pusieron la enseñanza al alcance de todo
el mundo. Hicieron traducir
las principales obras del saber greco-helenístico, crearon bibliotecas
públicas y privadas -algunas tan célebres como la de al-Hakam II-, y edificaron
mezquitas y madrazas en las que se impartían las ciencias religiosas y la
jurisprudencia. Algunos fueron excelentes poetas, como el propio rey al-Mutamid
de Sevilla, y su amigo y visir Ibn Ammar.
Se dedicaron
numerosas obras al estudio del saber y la enseñanza, y a la clasificación de
las ciencias, como aquella que escribió Abd Rabihi en el siglo X: al-Iqd
al-Farid, "El collar
único". Así se expresaba el autor acerca de los distintos
saberes: "(son) los pilares en los que descansa el eje de la religión y
del mundo. Diferencian al hombre de los animales, y al ser racional del
irracional". También el célebre Ibn
Hazm (994-1064) dedicó numerosas páginas a clasificar las ciencias
en libros como el Maratib al-ulum, o Kitab al-ajlak. Este autor ha sido uno de los más prolíficos
que ha dado el mundo musulman, destacando como poeta, teólogo,
jurista, historiador y filósofo. Cuatrocientas, nada menos, fueron las obras
que escribió. Su lengua era tan crítica y mordaz contra el poder y la pobreza
de espíritu, que se llegó a decir que "su lengua era tan afilada como la
espada de al-Hach-chach". Acerca del saber dijo lo siguiente: "El que busca el saber para jactarse de
él, o para ser alabado, o para adquirir riqueza y fama, está lejos del éxito,
pues su objetivo es alcanzar algo que no es el saber".
Otro de los grandes sabios de al-Andalus que se ocuparon de esta materia fue
Said (m.1070) quien escribió, entre otras obras, el "Tabaqat".
La prosa y la poesía fueron dos disciplinas altamente valoradas por los andalusíes, amantes de la belleza, la estética y la naturaleza. La época de taifas supuso un auténtico caos político, pero también una "descentralización" del saber, que hasta entonces, se congregaba casi exclusivamente en Córdoba. Los reyes compitieron entre sí por lograr el más alto grado de erudición y la corte más sabia, y cultivaron, en especial, la poesía. Uno de los poetas que alcanzaron más alta fama, aparte del mencionado al-Mutamid, fue Ibn Zaydun (1003-1071), lo mismo que su amada, la bella princesa Wallada. También fueron renombrados al-Ramadi (m. 1015) y, siglos más tarde, Ibn Zamrak, el poeta del siglo XIV que plasmó sus versos en los muros de la Alhambra. La forma más cultivada y elegante en poesía era la qasida, de complicado metro, aunque también surgieron nuevas formas populares llamadas muwashaha y zéjel, cuyo máximo exponente fue el vividor Ibn Quzman (siglo XII), cuyo renombre llegó hasta Bagdad.
La música nunca fue un género bien considerado por el mundo musulman; no obstante, en al-Andalus proliferaron grandes músicos,
entre los que cabe destacar el célebre Ziryab, procedente de Bagdad en el siglo
IX, quien, además de revolucionar las modas en el vestir, la cosmética y la
cocina, fue un magnífico tañedor de laúd, al que agregó una quinta cuerda.
La prosa -sobre todo filosófica- también tuvo buenos representantes, algunos de
la talla del gran pensador Ibn
Tufayl, que destacó con su delicioso "Hayy Ibn Yaqzan",
también conocido como el "Libro
del Filósofo autodidacta", sin duda precursor del Robinson Crusoe de Defoe.
También destacó el poeta Ibn
Suhayd (m.1034), con su obra "Al-Tawabi
wa-l-zawabi, Espíritus y demonios".
Entre los
musulmanes de la Edad Media, la
historia cobró un especial interés, escribiéndose numerosas
obras repletas de interesantes datos históricos, pero también geográficos,
sociológicos, y biográficos.
Hay constancia de que existieron numerosos historiadores, geógrafos y
antologistas en al-Andalus, aunque muchas de sus obras se han perdido. Entre
ellos, surgió una saga de al-Razi, entre los que destacó Isa (siglo X), que
escribió una historia general de al-Andalus, conocida más tarde como la Crónica
denominada del moro Rasis. Igualmente valiosa fue la "Historia de la conquista de
al-Andalus" de su contemporáneo Ibn al-Qutiya. En el siglo XI,
surgieron una serie de notables historiadores como Ibn Hayyan, nacido en
Córdoba en el 987, erudito autor de numerosas obras que reflejan la sociedad y
acontecimientos de su época. Más adelante destacó Ibn Said al-Magribi, nacido
en Granada hacia 1201, y su contemporáneo Ibn Idhari.
El siglo XIV contó con dos
grandes estadistas y pensadores: el lojeño Ibn al-Jatib y el tunecino Ibn
Jaldun, autor de una obra fundamental de su tiempo: el "Muqaddimah".
Finalmente, entre los antologistas, tuvo gran relevancia el sevillano
al-Himyari y los autores del siglo XII Ibn Bassam e Ibn Jaqan. Entre los
geógrafos, brillaron al-Udri (siglo XI), su contemporáneo al-Bakri, al-Idrisi,
llamado el Estrabón de los árabes (siglo XIV), y el tangerino Ibn Batuta -el mayor viajero de su tiempo-,
legándonos importantes testimonios de al-Andalus y de muchos otros lejanos
lugares del mundo entonces conocido.
En los primeros tiempos del Islam en Oriente, pronto se cultivó la ciencia de la filosofía y la lógica, en un clima de gran tolerancia religiosa e intelectual. En al-Andalus se introdujeron las primeras traducciones al árabe de los filósofos griegos, en especial Aristóteles, y fue surgiendo un pronunciado interés por esta materia que, sin embargo, no era bien vista por las rígidas autoridades religiosas. A menudo se prohibió su estudio y se quemaron las obras de Ibn Hazm, el oriental al-Gazali y Averroes. Los filósofos, sin embargo, sostenían que el intelecto y la razón no estaban en absoluto reñidos con la revelación, y constituían el instrumento más adecuado para alcanzar la verdad. "La filosofía es amiga y hermana de leche de la religión. No contradice a la revelación, sino que la confirma." afirmaba Averroes.
El propulsor del estudio de la filosofía fue Ibn Masarra, autor del siglo X quien profesaba una suerte de
panteísmo. Después surgió Ibn Hazm y su contemporáneo malagueño, el hebreo Ibn
Gabirol, que profesó una filosofía neoplatónica en su "Yambu al-hayat". El
siglo XII vio florecer a Ibn Bayyah (Avempace), y su discípulo Ibn Tufayl, cuya
obra, la ya mencionada "Hayy
Ibn Yaqzan", tuvo una honda repercusión entre los cristianos.
Pero, sin duda, el que más
influyó, tanto en el mundo musulman como en toda Europa, fue Averroes (Ibn
Rushd, 1126-1198), de quien se han conservado varias
importantes obras. Contemporáneo suyo fue el eminente filósofo judío Maimónides
(1135-1204).
Pero, contra esta corriente racionalista, existieron en al-Andalus varios
místicos sufíes de la talla de Ibn al-Arif (1088-1141) o Ibn Arabi de Murcia
(1165-1240), quienes sostenían aquella tradición profética que reza: "conócete a ti mismo, y conocerás a tu
Señor", pero no desde un punto de vista racional e intelectual
sino puramente intuitivo y místico.
No se puede dejar de mencionar a
los grandes sabios de las
ciencias naturales, que revolucionaron
muchos aspectos de la vida con su saber. Estudiaron las matemáticas, la astronomía, la medicina, la botánica y la
agronomía, pero también otras ciencias más reprobadas por la ortodoxia como la astrología, la alquimia y la magia. Se
estudiaron con minucia los movimientos
de las estrellas y los planetas por medio de sofisticados
astrolabios, se avanzó en el estudio del álgebra
y la aritmética,
cuyo precursor fue el oriental al-Jwarizmi (de ahí logaritmo), y se perfeccionaron,
en medicina, las teorías de Hipócrates
y Galeno.
En al-Andalus destacaron Ibn Taimiya (m. 928) en astronomía y medicina; Abu
Bakr al-Ansari, que enseñó aritmética y geometría en la corte de al-Hakam II, y
el famoso Maslama al-Mayriti (m. 1008), llamado el Euclides de España y experto
en numerosas disciplinas.
La medicina tuvo su máximo exponente en Averroes y los hermanos Harrani, que
ejercieron bajo el manto protector de al-Hakam II. Y no habremos de olvidar, en
este rapidísimo repaso, al botánico malagueño Ibn-Baytar (1197-1248) o al
agrónomo Ibn al-Awam, a quien debemos un exhaustivo y valioso tratado de
agricultura, el "Libro de
Agricultura". Todos
ellos influyeron grandemente en la Europa contemporánea y en la posterior, y
sus textos fueron estudiados, hasta bien entrado el siglo XVII, por hombres de
la talla de Miguel Servet, Copérnico, Nicolás Massa o Galileo.
La vida de
un pueblo no se mide sólo a través de sus logros artísticos y científicos,
sino, sobre todo, desmenuzando la vida de cada día, las costumbres, las
estructuras sociales y la organización.
También en este terreno fue
al-Andalus avanzada y culta. Forjó un nuevo tipo de sociedad urbana muy estructurada,
al tiempo que revolucionó las
tareas del campo, vitalizando la agricultura, y aportando
nuevos métodos de cultivo y un sinfín de especies agropecuarias.
El núcleo urbano era la
medina, de trazado apretado y denso, que, a su vez, se
organizaba en dos zonas: la comercial y la vecinal. El zoco era un lugar de encuentro,
sobre todo masculino, en el que, en medio de un frenético deambular, se
sucedían las más diversas transacciones, y también las más insospechadas
intrigas. Los oficios y los puestos se extendían
por áreas especializadas, en las que se podían hallar las más variadas
mercancías. Desde especias y perfumes hasta hortalizas y frutas, carne,
tejidos, orfebrería y cerámica. Una estricta serie de normas regían la vida comercial -normas que aún
podemos encontrar en los completos tratados de hisba de Ibn Abdun-, cuya honradez,
no siempre garantizada, vigilaba atento el almotacén, inspector del zoco.
Al-Andalus estableció una sólida administración y un sistema judicial harto
complejo. Las compras se efectuaban con dinero contante y sonante, que se
acuñaba en la ceca de Córdoba, primero, y de otras ciudades en época de taifas.
Dinares, dirhems y feluses
eran moneda de pago corriente.
La mezquita era también un lugar frecuentado, no sólo para efectuar la
oración comunitaria, sino para convocar distintas reuniones de tipo social y
vecinal, o simplemente para estudiar con un poco de sosiego, o escapar a los
calores estivales entre la umbría del bosque de columnas.
La vida doméstica se desarrollaba fuera del recinto comercial, en los barrios
fortificados de la medina que, para mayor seguridad, se cerraba de noche
mediante dos puertas y estaba vigilada. Las
viviendas, austeras y sobrias en su exterior, podían ser muy lujosas en su
interior y, en cualquier caso, eran un refugio de paz y
confort, muy por encima de lo habitual por entonces en otros lugares del resto
de Europa. Organizadas todas en torno a un patio -si la familia se lo podía
permitir, en él se ubicaba una alberca o, cuando menos, un pozo- las alcobas,
salones y la cocina se abrían a este espacio y se distribuían también en torno
a la galería superior. El mobiliario
era sencillo, apenas unos arcones, una mesa baja de taracea, y
algunos altillos y hornacinas en los que depositar un libro o algún adorno de
marfil. De dar calidez al entorno se encargaban las esteras y alfombras tupidas
de lana, unos mullidos almohadones de seda o lana bordada y un buen brasero.
En toda vivienda existía un "aseo" digno, y el alcantarillado,
lo mismo que el alumbrado de la ciudad, se distribuía mediante una red
perfectamente organizada. Algo extraordinario teniendo en
cuenta que hablamos de los siglos IX y X.
Los baños públicos eran muy
numerosos. Tanto, que en la Córdoba califal llegaron a existir más de seiscientos. En
ellos, los clientes no sólo se lavaban, se relajaban y se dejaban masajear
enérgicamente. La tarde estaba destinada al turno de las mujeres, que se
acicalaban, charlaban e incluso merendaban. Pasta depilatoria, alheña (henna),
aceite de violetas, perfume de almizcle y jazmín, jabón arcilloso para el
cabello, antimonio para realzar la mirada (kohol), corteza de nuez para tintar
labios y encías..., constituían un auténtico arsenal cosmético para el cuidado
y la belleza de la mujer andalusí.
La huerta
floreció como nunca antes lo hiciera, llenándose de nuevas hortalizas como la berenjena,
la alcachofa, la endibia, el espárrago..., y nuevas frutas como la granada, el
melón, la cidra y los albaricoques. Entre ellos, las flores rezumaban fragancia
y color: crecían el alhelí,
la rosa, la madreselva y el jazmín. Las acequias corrían
apresuradas y las norias chirriaban cargadas de agua clara.
Se mejoró la técnica de los
injertos, y se crearon
jardines botánicos con fines medicinales junto a los
hospitales, que también los había.
La educación,
como antes veíamos, era un
bien muy preciado por los musulmanes, que se preocuparon, desde
las instancias oficiales, de garantizar y desarrollar. El estudiante podía
acudir a la mezquita o la madraza y recibir la enseñanza que él eligiese,
siempre, claro está, que ya dominase los textos sagrados y las ciencias
teológicas. Cuando el alumno procedía de familia acomodada, un tutor se
encargaba en su propio domicilio de su enseñanza privada.
Términos árabes o de origen árabe.
Alarife, al-arif, maestro de obras.
Albanega,
al-baniqa, paramentos triangulares a los lados de un arco.
Albarrana,
al-barrana, torre levantada fuera de los muros fortificados, que servía de
defensa y control.
Alcaicería,
al-qisariya, barrio con tiendas.
Alcazaba,
al-qasbah, recinto fortificado.
Alcázar,
al-qasr, fortaleza, casa Real.
Alhóndiga,
al-funduq, casa pública destinada a la venta y compra del trigo.
Aljama, al-yami,
mezquita de la oración del viernes.
Almogávar,
al-mugawir, en la milicia antigua, soldado de una tropa escogida que hacía
correrías en tierras de enemigos.
Almotacén,
al-muhtasib, persona que se encargaba oficialmente de contrastar las pesas y
medidas.
Almuédano,
al-muaddin, persona que desde el alminar convoca a la población musulmana para
orar.
Almunia,
al-munya , huerto, granja.
Ataurique,
at-tauriq, ornamentación árabe de tipo vegetal.
Califa,
jalifa, príncipe árabe que ejercía el poder espiritual y civil.
Cora, kura,
división territorial dentro de al-Andalus.
Emir, amir,
príncipe o caudillo árabe.
Haram, sala
principal de la mezquita.
Hisba, estudio
normativo de organización social.
Imam, musulmán
que dirige la oración.
Iqlim,
división administrativa en la España musulmana.
Madraza,
al-madrasa, escuela musulmana de estudios superiores.
Maristan,
hospital árabe. Medina, al-madinat, centro urbano de una ciudad musulmana.
Mihrab, nicho
orientado hacia la Meca desde el que se dirige la oración de los musulmanes.
Mocárabe,
al-muqarbas, labor formada por la combinación geométrica de prismas acoplados;
se usa como adorno de bóvedas.
Morisco,
musulmán bautizado que, al acabar la conquista, se quedó en España.
Mozárabe,
mustarab, cristiano que permaneció como tributario en la España musulmana,
conservando su organización eclesiástica, judicial y su religión.
Mudéjar,
mudayyan, musulmán al que se permitió vivir bajo dominación cristiana como
tributario, conservando su religión.
Muladí,
muwaladi, hispano cristiano que abrazó el Islam durante la dominación
musulmana.
Qanat,
conducción subterránea de agua.
Qibla,
alquibla, punto del horizonte y muro de una mezquita hacia el que los
musulmanes se dirigen cuando rezan.
Rábida,
rabita, fortaleza militar y religiosa musulmana.
Sebka, motivo
ornamental típicamente almohade que imita a una red o enjambre.
Sufi, de suf,
lana. Místico musulmán.
Taha, taa,
comarca, distrito.
Taifa, taifa,
cada uno de los reinos en que se dividió al-Andalus al disolverse el califato.
Wali, valí,
gobernador de una provincia en el Estado musulmán.
Zahoya,
escuela de teología y mística musulmana.
Zéjel, zayad,
composición estrófica de la métrica española de origen árabe.
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